CAPÍTULO II
Esperanza había descubierto que la habitación de Javier iba a ser su habitación.
Y allí y mientras fue una cachorrita durmió en la cama junto a mi hijo.
Al pasar el tiempo y al crecer ,Esperanza cambió la habitación por un lugar junto al limonero y a la Santa Rita que crecían en el patio y que aún hoy y después de habernos dejado siguen dando flores y extrañándola.
Porque Esperanza no solo fue una perra ovejera sino que además fue nuestra ídola, nuestra fiel compañera, nuestra adorable guardiana y nuestra inolvidable y amada perra ovejera.
Javier y Esperanza eran un solo corazón.
Juntos a la escuela , juntos a la canchita en la que Javi jugaba a la pelota con sus amigos.
Siempre esperándolo a las madrugadas cuando ya al llegar el tiempo de salir a bailar se había incorporado a la vida de mi hijo que transitaba por entonces su adolescencia.
Guardiana de la puerta de nuestro hogar nada ni nadie podía apartarla del portón de entrada y sus ladridos siempre nos alertaban sobre la presencia de quienes se acercaban a la casa.
Por entonces nuestro hogar no tenía timbre y quienes querían llamar nuestra atención solían golpear las manos.
Aquella mañana Esperanza había comenzado a ladrar de una forma extraña.
Era un ladrido que sonaba a nuestros oídos como un pedido de auxilio o una llamada de alerta.
Por aquellos tiempos la “perrera” junto con los “malditos perreros” como los llamaban los chicos del barrio solía pasar por las calles del pueblo levantando a los perros vagabundos o sin dueños .
Y ese día Cristino un perro de la calle que dormía en la puerta de la casa de mi vecina se había acercado al portón y parecía como pedirle ayuda a Esperanza.
Mis hijos lo habían bautizado “Cristino” al vagabundo porque decían que se parecía a mi por la cantidad de rulos negros que se enroscaban en su pelaje.
Era sábado y yo que no tenía que trabajar estaba colgando ropa en la terraza colonial en la que siempre me sentí cerca del cielo y de las estrellas .
Y desde allí era fácil visualizar toda la cuadra .
Lo que vieron mis ojos me pusieron es estado de conmoción por cuanto “La perrera” se acercaba a nuestra cuadra y el ladrido de Esperanza tenía que ver con que “Cristino” estaba a merced de los “perreros”.
No se como ni de que manera llegué al portón y alzando a Cristino lo puse a resguardo del camioncito de la Municipalidad salvándolo de ser levantado por vagabundo.
Y de una muerte segura .
Y así fue como Cristino entró desde aquella mañana a formar parte de nuestra familia y a convertirse en el agradecido amigo de nuestra perra Esperanza.
Y allí y mientras fue una cachorrita durmió en la cama junto a mi hijo.
Al pasar el tiempo y al crecer ,Esperanza cambió la habitación por un lugar junto al limonero y a la Santa Rita que crecían en el patio y que aún hoy y después de habernos dejado siguen dando flores y extrañándola.
Porque Esperanza no solo fue una perra ovejera sino que además fue nuestra ídola, nuestra fiel compañera, nuestra adorable guardiana y nuestra inolvidable y amada perra ovejera.
Javier y Esperanza eran un solo corazón.
Juntos a la escuela , juntos a la canchita en la que Javi jugaba a la pelota con sus amigos.
Siempre esperándolo a las madrugadas cuando ya al llegar el tiempo de salir a bailar se había incorporado a la vida de mi hijo que transitaba por entonces su adolescencia.
Guardiana de la puerta de nuestro hogar nada ni nadie podía apartarla del portón de entrada y sus ladridos siempre nos alertaban sobre la presencia de quienes se acercaban a la casa.
Por entonces nuestro hogar no tenía timbre y quienes querían llamar nuestra atención solían golpear las manos.
Aquella mañana Esperanza había comenzado a ladrar de una forma extraña.
Era un ladrido que sonaba a nuestros oídos como un pedido de auxilio o una llamada de alerta.
Por aquellos tiempos la “perrera” junto con los “malditos perreros” como los llamaban los chicos del barrio solía pasar por las calles del pueblo levantando a los perros vagabundos o sin dueños .
Y ese día Cristino un perro de la calle que dormía en la puerta de la casa de mi vecina se había acercado al portón y parecía como pedirle ayuda a Esperanza.
Mis hijos lo habían bautizado “Cristino” al vagabundo porque decían que se parecía a mi por la cantidad de rulos negros que se enroscaban en su pelaje.
Era sábado y yo que no tenía que trabajar estaba colgando ropa en la terraza colonial en la que siempre me sentí cerca del cielo y de las estrellas .
Y desde allí era fácil visualizar toda la cuadra .
Lo que vieron mis ojos me pusieron es estado de conmoción por cuanto “La perrera” se acercaba a nuestra cuadra y el ladrido de Esperanza tenía que ver con que “Cristino” estaba a merced de los “perreros”.
No se como ni de que manera llegué al portón y alzando a Cristino lo puse a resguardo del camioncito de la Municipalidad salvándolo de ser levantado por vagabundo.
Y de una muerte segura .
Y así fue como Cristino entró desde aquella mañana a formar parte de nuestra familia y a convertirse en el agradecido amigo de nuestra perra Esperanza.
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